El concepto histórico
que ha sido otorgado al sentido estricto del vocablo “vida” ha sido
periódicamente separado de la realidad temporal, constante, inalterable e
infinita (independientemente de su estado cíclico o lineal), lo que hemos
denominado “tiempo”. Esta errónea ruptura de dos términos estrechamente ligados
(sin tiempo la vida no sería realidad, sin vida el tiempo carecería de sentido)
fue provocada por los ajusticiadores históricos, ideólogos de ilusorias figuras
y mágicas vías hacia un “paraíso” donde el tiempo se modifica en nada,
eliminando así el factor vital del auténtico y único razonamiento posible sobre
la vida. Al igual que en nuestra época el espacio-tiempo adquiere nuevas
acepciones en la ciencia, la vida-tiempo es merecedora de un valor igual o
superior a este. El tiempo es, junto a la vida, la única cualidad que escapa
del relativismo. Vivir no es relativo. El tiempo pasa para todos sin
distinción.
Desde antaño estos
buscadores de sombras, amparados en un escudo de terror y divinización, han
corrompido la mente del ignorante esclavo. La transformación provocada por los predicadores de humo conllevó la
desaparición realista del término “mente” para pasar a denominarlo “alma” o
“espíritu”. Nietzsche estipuló la muerte de Dios, rompiendo así con el permanente
ideal subyugador creado por los inexpertos platónicos. Estos teorizaron acerca
de la dualidad de la vida, condenados nosotros, imperfectos seres de carne, a
una verdad humana, imperfecta, mortal
y finita, relegando la perfección y la divinidad al mundo de los cielos, al
reino de los Dioses. El real carácter
de la divinidad no puede quedar
exclusivamente en el mundo falso de los seres míticos. Cualquier persona puede
alcanzar la divinidad, progresando por el ciclo vida-tiempo involuntariamente,
adquiriendo la máxima asimilación de conocimientos en el trascurso de nuestro momento
histórico.
“Dios ha muerto”,
afirmaba Nietzsche, que postulaba una realidad única, tangible y vital,
ignorando el dualismo platónico y las falaces invenciones religiosas, mas
erraba. La muerte de Dios es irreal ya que lo no-existente no puede morir, por
lo que consideraríamos a Dios como una eternidad y perfección infinita, lineal,
imperecedera y total. Partiendo del concepto de que la realidad y creencia en
el ideal del hombre como Ser Supremo
(ya que el concepto de divinidad derivada del resultado de la búsqueda de la
perfección por parte de los más débiles de la sociedad o, en su defecto, de las
sociedades primitivas de antaño) podríamos afirmar que Dios solo existe dentro
de la imaginación colectiva, insertado en el conocimiento general de los
cegados por el túnel lumínico. Por tanto, no sería posible su existencia (y aun
menos materialización física) en el mundo verdadero. Dios no es más que un
sentimiento cualquiera, como el amor, el odio o la felicidad. Los cegados
“sienten” a Dios, ya que han sido guiados involuntariamente por un camino falso
e imaginario en el mundo físico, mas coherente en la inventiva. Dios debería
desaparecer a la par que el hombre madura psíquica, psicológica y físicamente.
La verdadera visión y la inteligencia
psíquica son los únicos sentidos capaces de eludir las falacias de los predicadores de humo.
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