Hoy
quería hablar de un sentimiento, la frustración, porque es lo único que pasa
ahora mismo por mi cabeza. Frustración. Ese amargo sentimiento, tantas veces
acompañado de la tristeza, el dolor o incluso la desesperación. Pero no he
venido aquí, a mi espacio, después de tantos meses para entristecer a nadie,
todo lo contrario. No traigo una historia bella ni sentimientos edulcorados y
vacíos para aliviar las almas tristes, ni tampoco una bonita reflexión sobre la
importancia de saber reconocer la derrota, o una crítica totalmente subjetiva
de lo que ha ocurrido esta noche en Lisboa, no. Solo venía a contaros una
pequeña tontería que ha pasado por mi cabeza minutos después del desenlace del
partido.
¿Por qué somos del Atleti? Antes de nada, quería aclarar que este texto no es un encumbramiento de mi equipo favorito o un ataque contra el reciente ganador de la Champions League, el Real Madrid. Esto trata de sentimientos, algo que cualquier aficionado a cualquier deporte puede sentir si realmente se identifica con los valores y el espíritu que transmiten sus colores. Una vez explicado esto, retomemos la pregunta: ¿Por qué somos del Atleti? Sería mucho más fácil apoyar a un equipo de mayor renombre, con mayor presupuesto o simplemente con una “reputación” más poderosa, pero no. Nosotros, atléticos, preferimos apoyar a esa mosca cojonera que nos causa tantas alegrías como disgustos. Podría decirse que el Atlético es nuestro hijo, y aunque sus acciones no nos repercutan (porque no olvidemos que no deja de ser un juego) si nos calan y nos causan diferentes sentimientos encontramos. Y de eso venía yo a hablaros, pero sabéis que soy de mucho hablar. ¿Qué es un sentimiento? Una de sus definiciones es: “Parte del ser humano opuesta a la inteligencia o razón” ¿Estáis de acuerdo con esto? Porque yo no podría estar más en contra. ¿No es inteligente permitir que un deporte te inspire, te de fuerzas para luchar por algo que amas, o mucho más mundano que todo ello, te de una alegría de vez en cuando? ¿Es irracional apoyar a unas personas que no conoces ni conocerás, pero que gracias a su esfuerzo te brindan la oportunidad de sentirte grande?
Esas
sensaciones que te crea el sentimiento de formar parte de un equipo, compartir
con los demás lo que significa para ti ese equipo, tu equipo, cuando, si
fuéramos sinceros con nosotros mismos, veríamos que no es lógico amar algo tan
vacío como el fútbol. Pero… ah, amigo, es que el fútbol no es sólo eso. No soy
el más ferviente seguidor de las jornadas de mi equipo, ni de ninguno, tengo
demasiados quehaceres como para ver semana tras semana el fútbol, pero aun así,
soy capaz de frustrarme enormemente y rozar la tristeza cuando mis indios son
mutilados con las hachas de los vikingos. Esa alegría de ver, ya no a mi equipo,
que bastante es, sino de compartir una experiencia tan importante como una
final de Champions con mi padre, seguidor desde pequeño, al igual que yo, del
Atlético de Madrid, es algo que atraviesa fronteras. Disfrutar noventa y tres
minutos de nuestro Atleti, viéndolo sufrir y sudar contra un coloso blanco;
lamentar las jugadas, comentar los errores y los aciertos de cada jugador (Ah,
Adrián Adrián), maldecir al equipo una y mil veces y bendecirlo dos y mil veces
más. Saltar de alegría cuando nuestro Atleti anota, explotando en satisfacción
de ver cómo, cuarenta años después, el Atlético tenía la oportunidad de lograr
lo imposible, ser los más grandes. Pero como buenos pupas que somos, sabíamos
que a nosotros no nos iba a regalar nunca nadie nada.
Ahí estamos, nosotros dos junto a más amigos
disfrutando una buena cena y buena bebida, muy asustados, ya que el Real Madrid
no acaba de jugar hasta que pita el árbitro, y temerosos de que en cualquier
momento ocurriera el desastre (o el milagro, depende desde que color lo mires).
Todo apuntaba bien, el ambiente era de felicidad absoluta. “Atleti, campeón de
Europa” comenzaba a oírse en forma de eco lejano, pero al igual que el trabajo
de este equipo y su gente, venía paso a paso, con seguridad y concisión. Los
amigos madridistas nos estaban dando la enhorabuena, conscientes de que los
colchoneros habían sido superiores a los merengues, toda España estaba de
acuerdo, el Atlético de Madrid ganaría la Champions League. Pero había uno que
no estaba de acuerdo, el 4 del Real Madrid, que con su martillo machacó la
ilusión atlética en mil pedazos. Ese momento, esa décima de segundo, creó un
momento de silencio entre todos nosotros, los cuatro atléticos que nos
rodeábamos de vikingos, que a su vez gritaban y celebraban el gol de su central
como nosotros hicimos con el de nuestro defensa. Y en este momento entra la
negación. No… no puede ser, otra vez no, cuarenta años luchando duro para
volver a la cumbre del futbol mundial y caer de la misma forma. Era imposible,
nadie se lo creía. Pero pasó. Después llegarían otro, otro y otro más. En total
cuatro goles, aunque realmente tres fueron anecdóticos, el Atlético murió en el
minuto noventa y tres, y con él, la euforia que acompañaba a todo rojiblanco.
Y
es aquí, después de acabar el partido, donde entra la frustración de la que
hablé al principio. Ver como los rostros de tus colegas de club se visten de
negro, sentir como algo se escapaba de las manos, la misma sensación de
impotencia que se tiene cuando se suspende un examen con un 4,9, o cuando
intentas superar un objetivo que te habías planteado y te quedas a las puertas.
Esa era la sensación, abatimiento. Lo más importante que tiene un deporte como
el futbol es la emoción que da, y en menor medida su aleatoriedad, ya que nunca
está nada decidido hasta el último segundo de partido, aquí no hay nada
escrito. Caras largas, rostros pálidos y lágrimas en los rabillos del ojo. La
orejona se había vuelto a esconder tras una nube blanca. Y aquí entra el por
qué somos del Atleti, esa pregunta tan manida que nació con el conocido anuncio
rojiblanco. Yo voy a daros la respuesta, o al menos la que para mí es la más
acertada, y os la enseñare por medio de un ejemplo y un comentario de un
madridista de pro, amigo deportivo, que estaba con nosotros. Intentaré ser lo
más literal posible, este hombre me dijo algo tal que así: “David, has
demostrado que eres un deportista de verdad. Y es que los del Atleti sois así,
os hacéis querer. Habéis sido muy grandes y tenéis que ir con la cabeza bien alta”. Esta frase viene acompañado a mis felicidades al equipo campeón,
ya que la rivalidad solo está en el césped, fuera es absurdo continuarla. Tras
esto, estuvimos hablando un poco y tras múltiples intentos de animar el
ambiente por parte de nuestros amigos madridistas, que a fin de cuentas sentían
que la copa iría a parar a Neptuno, me fui a tomarme un momento de soledad, a
mi aire. Una cosa que me gusta hacer después de un momento emotivo es escuchar
o ver algo que, en el futuro, me evoque estas sensaciones con el fin de
rememorarlas y sentirme bien. Esta vez hice lo mismo, pero como no tenía manera
de ver u oír nada, recordé varios anuncios del Atlético de Madrid, y
acompañándolo surgió la duda, por qué somos del Atleti. Quizás os preguntéis
por que querría rememorar en el futuro un momento a priori tan triste, pero eso
os lo responderé al final del escrito. El caso es que hay estaba yo, dolido por
la derrota, abatido y cabizbajo, y pensé: “¿Merece la pena ser del Atleti?”.
Por
un segundo, mi mente se quedó en el más absoluto vacío, pero una chispa
rojiblanca se iluminó en mí y me dije: ¿Por qué un deporte que en principio no
es mi preferido me causa estas sensaciones? Ningún otro deporte ni espectáculo
puede causar en mí esto, salvando en raras ocasiones al cine, santo de mi
devoción. Entonces lo vi claro, la misma pregunta es la respuesta. Porque soy
del Atleti. Y a fin de cuentas solo quería contaros eso. La frustración, el
dolor o la amargura van de la mano de la felicidad, el éxtasis, la emoción y
ese momento de tensión previo a un gol de mi querido club. El Atleti es más que
un club, es mis momentos con mi padre sufriendo los partidos, y también y aun
mejores (aunque escasos) momentos con mi padre disfrutando de emoción jugando y
ganando como solo estos puñeteros indios saben hacerlo. Son esos viajes de
pequeño al Calderón a ver a mi Atleti, a gritar “AUPA ATLETI” tan fuerte como
podía, y como puedo, aunque ahora me haga algo más de daño en la garganta. Son
todas esas veces que dije “vaya inútiles” y acto seguido les elogiaba con el
típico “como juega este equipo”. Son todas las veces que me he llenado de
orgullo tras perder un partido importante y he salido con mi bufanda (ya
trabajada) a celebrar que soy del Atleti, y cuando perdemos, lo soy aún más.
En
definitiva, las sensaciones que ahora, horas después del encuentro, he sacado
de la noche de hoy son de grandeza, frustración sí, pero la frustración de un
grande. Un grande que ha luchado con una filosofía de trabajo que admiro y
sigo; un grande que pelea con garras y dientes hasta dejarse la piel en el
campo; un grande que sabe admitir la derrota cuando esta, irremediablemente,
llega. Un muro construido ladrillo a ladrillo, con el tesón de un buen artesano
que mima su obra y roza la perfección día tras día para lograr elaborar una
pieza digna de respeto y admiración. Hoy el Atlético de Madrid ha perdido su
oportunidad de escribir su nombre en la historia del fútbol, pero ha ganado
algo mucho más grande, el aplauso de todos los aficionados (me atrevería a
decir de cualquier equipo) por el duro trabajo y el sacrificio que han
demostrado en esta campaña. Por ello, decir hoy más que nunca que soy del Atleti y
me enorgullezco de ello, y si mañana se escuchan retumbar las paredes de mi
cuarto no es porque me haya quedado medio sordo, sino porque cuando el Atleti
gana se pone música, pero cuando pierde, se pone con más motivo todavía. Porque
queremos a este equipo. Porque somos una afición acostumbrada a sufrir y a
dejarnos la garganta por lo que nos une, el sentimiento atlético, esa extraña
atracción. Porque somos grandes, y seguiremos siéndolo. Por todo ello y mucho
más, AUPA ATLETI.
(Y que no se me olvide, felicitar
al Real Madrid por su décima Copa de Europa, que aunque pique, ellos han sido
los justos vencedores, ya sea por calidad física o técnica, pero esto es ya irrelevante.
Enhorabuena)
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