domingo, 6 de mayo de 2012

Diosa Lluvia.


La lluvia, para las personas que nos aflige algún temor o algún dolor, siempre ha simbolizado tristeza y soledad. ¿Tristeza y soledad? El líquido elemento empieza en lo más alto del cielo, triunfante se alza sobre nosotros desde mares, ríos y lagos. Desde su esponjoso trono de nubes y cirros nos observa, como si de una apacible y colosal Diosa se tratara, solo supervisada por el todopoderoso Helios. Convive en paz con aves de carne y pájaros de metal, permitiéndoles circular libremente por sus blancas vías y proporcionando la sobrecogedora visión que solo los seres alados pueden sentir. Inocente y bella, la lluvia nos permite vivir, ella nos otorga la belleza de los campos, la sinuosidad provocada por la erosión en los cañones y la majestuosidad que provoca cuando permite salir a pasear al hijo que comparte con el rey Sol. Ella nos calma la sed cuando sufrimos, nos permite cantar bajo la lluvia y mirar al bello rostro de nuestro amor de la manera más pura y mágica que jamás hayamos imaginado.



No comprenderé nunca como hay personas que odian ver llover, ¿no entienden que la lluvia se sacrifica por nosotros? Ella nos ve sufrir, nos ve cometer crueldades imposibles de describir y, en su infinita heroicidad, decide dar la vida por nosotros, arrojándose desde su abultado trono para saciar nuestra sed una vez más. ¿Pensabais que era solo agua? ¿Qué no era más que una acumulación en exceso de H2O en las nubes? No habéis aprendido nada entonces. Las nubes son a la lluvia lo que Disney a Mickey Mouse, un paraíso utópico de belleza y magia. ¿Nunca habéis corrido bajo la lluvia con aquel antiguo amor, riéndonos a carcajadas y viviendo al máximo cada segundo? ¿Nunca observasteis como llovía cuando un oscuro suceso amargaba tu existencia hasta el punto de pensar si realmente eras de este planeta, y misteriosamente empezaste a sentirte más humano? No soy persona de creencias, pero puedo afirmar sin riesgo a cometer errores que la lluvia siempre arrastra los lamentos y las penas de los corazones más confusos.

Quizá, si pudiéramos dar un cuerpo mortal a la lluvia, sería una preciosa y joven mujer de ojos azules como el cielo en una mañana soleada, donde nuestra diosa oculta su nublo palacio para permitirnos contemplar la belleza de su obra. Esta diosa entre humanos desprendería un aura de paz y de amabilidad tal que nuestros corazones podrían dejar de amar para siempre por solo mirarla un segundo, por solo acariciar su piel, suave como una gota de rocío en una fría mañana de enero, y su rizado y dorado pelo, que imita la trayectoria curvilínea que marcan las gotas de líquidos sentimientos desprendidos del celeste palacio que Lluvia y Helios comparten en el cielo.

Mi corazón aun está dolido, pues es incapaz de capturar el aura de semejante obra de la naturaleza, la que tantos otros antes desearon con locura, mas gracias a este extraño don puede compartir reino con la transformación humana de la lluvia. Tras esto, afirmo que la tristeza y soledad, recurrentes en el pensamiento del agua al caer, deberían ser sustituidas por alegría y grandeza, pues el único motivo que provocaría la verdadera soledad sería la desaparición total de la lluvia, de la humilde y contagiosa risa de esa bella divinización con ojos claros.

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